lunes, 31 de octubre de 2005

Ojos delatores



(Porque hoy es Halloween)

Te pedí que revisaras si tenía una basurita en el ojo. Hacía un rato ya que sentía una molestia y comenzaba a impacientarme. No me contestaste; supuse que estabas dormida como cada vez que terminamos de hacer el amor.

Decidí no molestarte y me levanté de la cama. No sé por qué, pero me sorprendió verme totalmente desnudo en el espejo en la puerta del ropero. No me reconocí, sentía que no era mi cuerpo.

La penumbra de la habitación no favorecía la búsqueda del objeto extraño que me incomodaba. Rasqué mis ojos; suavemente primero y luego con más énfasis. Sentía una fricción y conforme la molestia se agudizaba en mi ojo, la irritación iba creciendo dentro mío. Me frotaba cada vez con más fuerza y no sentía alivio.

Fui al baño a echarme un poco de agua y a mirarme con más luz. Nuevamente, mi imagen en el espejo me resultaba desconocida. Me acerqué al botiquín y alcancé a ver mi reflejo en mi pupila. Mis ojos estaban hinchados como si hubiera llorado mucho tiempo. Me lavé la cara.

No paraba de rascarme. De pronto sentí que mi cornea se rasgaba y una gota de sangre aparecía. La desesperación se apodero de mí. Grité pero no me escuchaste: siempre tuviste el sueño pesado. Un hilo de sangre brotó de mi ojo. El espanto erizó mi piel. Tapé mi cara con mis manos pero la herida crecía.

A pesar de no poder verlas, sentía que mis manos estaban empapadas y rojas. El agua hacía que la sangre se deslizara con más facilidad. Sentía cómo cada gota corría y golpeaba contra el suelo martillando en el fondo de mis oídos. Necesitaba frenar la hemorragia o sabía que moriría. Quería limpiarme.

Maldita contradicción! Iba a ensuciar todo lo que tocara. Con esa inmovilidad que me causa la obsesión, permanecía estático. No sabía qué hacer.

A ciegas, volví a la habitación. Apenas entreabrí mis ojos y todo parecía chorrear sangre. Como un fuego, la desesperación me quemaba.

Otra vez traté de separar mis párpados. Alcancé a verte en mi cama, inmóvil como en una foto. Hermosa, sonriente, teñida de rojo.

Volví a mirarme en el espejo del ropero. Para mi sorpresa, mis ojos no sangraban pero mis manos estaban sucias. Reconocí mi cuerpo todo salpicado. Súbitamente una imagen acudió a mi mente. El eco de un grito tuyo apagó los recuerdos.

Volví a mirarte. Seguías en mi cama, hermosa y sonriente. Inmóvil y fría como en una tumba.

lunes, 24 de octubre de 2005

Invitación



Te invito a caminar por el filo del precipicio un ratito. Si no me das bola en 10 minutos, salto al vacío. Pero no te preocupes demasiado ni te sientas culpable: haré un par de saltos mortales y caeré en el arroyito ese que siempre aparece en los capítulos del Correcaminos.

Pasa que ando un poco apurado... y un poco loco.

martes, 11 de octubre de 2005

Casandra

no hablo yo de fantasmas ni de Dios
solo te cuento las cosas que
se te pueden perder
[...]

(Poesía de Francisco Álvarez Hidalgo)

En soledad, clavada de agonía,
vivo mientras la voz clama y augura,
por carecer, para mi desventura,
de credibilidad mi profecía.

Es mi palabra admonición sombría
de la amenaza trágica futura,
oída, no escuchada...Qué locura
tener a un sordomudo por vigía.

Oigo el grito de horror en cada canto,
detrás de la sonrisa veo el llanto,
y en la opulencia el fuego destructor.

¿A qué fin se me han dado estas visiones?
Soy la Sibila de las destrucciones,
considerada menos que un rumor.


De los personajes mitológicos, uno de los que más simpáticos me caen es la hermosa Casandra. Su don de la profecía tiene orígenes inciertos, pero la versión que prefiero por su carácter siniestro es la que sigue:

Casandra era la hija de Príamo y Hécuba y hermana gemela de Héleno. Apolo se enamoró de Casandra y le prometió a la joven el don de la profecía si aceptaba entregarse a él. Ella aceptó, pero una vez iniciada en las artes de la adivinación, se negó a cumplir su parte del trato. Ante esto, Apolo la escupió en la boca quitándole así el don de la persuasión, por lo que aunque ella dijera la verdad, nadie le creería.

En varias ocasiones, Casandra vaticinó algunos de los sucesos que se desarrollarían en Troya, pero el más notable es quizás su oposición a que se introduzca el famoso caballo de madera. Junto con el adivino Lacoonte advierten que el caballo es una trampa y que en su interior hay guerreros. Apolo envía unas serpientes para que devoren a Laocoonte y a sus hijos. Por eso, los troyanos permiten que el caballo entre en la ciudad.

Como Casandra, yo les avisé que este chabón es un chanta. Al igual que Lacoonte, Infobae se encarga de hacer un anuncio similar. Esperemos que esta vez la historia cambie y nos crean, antes de que nuestras almas sean saqueadas e incendiadas.