
(Porque hoy es Halloween)
Te pedí que revisaras si tenía una basurita en el ojo. Hacía un rato ya que sentía una molestia y comenzaba a impacientarme. No me contestaste; supuse que estabas dormida como cada vez que terminamos de hacer el amor.
Decidí no molestarte y me levanté de la cama. No sé por qué, pero me sorprendió verme totalmente desnudo en el espejo en la puerta del ropero. No me reconocí, sentía que no era mi cuerpo.
La penumbra de la habitación no favorecía la búsqueda del objeto extraño que me incomodaba. Rasqué mis ojos; suavemente primero y luego con más énfasis. Sentía una fricción y conforme la molestia se agudizaba en mi ojo, la irritación iba creciendo dentro mío. Me frotaba cada vez con más fuerza y no sentía alivio.
Fui al baño a echarme un poco de agua y a mirarme con más luz. Nuevamente, mi imagen en el espejo me resultaba desconocida. Me acerqué al botiquín y alcancé a ver mi reflejo en mi pupila. Mis ojos estaban hinchados como si hubiera llorado mucho tiempo. Me lavé la cara.
No paraba de rascarme. De pronto sentí que mi cornea se rasgaba y una gota de sangre aparecía. La desesperación se apodero de mí. Grité pero no me escuchaste: siempre tuviste el sueño pesado. Un hilo de sangre brotó de mi ojo. El espanto erizó mi piel. Tapé mi cara con mis manos pero la herida crecía.
A pesar de no poder verlas, sentía que mis manos estaban empapadas y rojas. El agua hacía que la sangre se deslizara con más facilidad. Sentía cómo cada gota corría y golpeaba contra el suelo martillando en el fondo de mis oídos. Necesitaba frenar la hemorragia o sabía que moriría. Quería limpiarme.
Maldita contradicción! Iba a ensuciar todo lo que tocara. Con esa inmovilidad que me causa la obsesión, permanecía estático. No sabía qué hacer.
A ciegas, volví a la habitación. Apenas entreabrí mis ojos y todo parecía chorrear sangre. Como un fuego, la desesperación me quemaba.
Otra vez traté de separar mis párpados. Alcancé a verte en mi cama, inmóvil como en una foto. Hermosa, sonriente, teñida de rojo.
Volví a mirarme en el espejo del ropero. Para mi sorpresa, mis ojos no sangraban pero mis manos estaban sucias. Reconocí mi cuerpo todo salpicado. Súbitamente una imagen acudió a mi mente. El eco de un grito tuyo apagó los recuerdos.
Volví a mirarte. Seguías en mi cama, hermosa y sonriente. Inmóvil y fría como en una tumba.