martes, 21 de noviembre de 2006

Fotos de Tokyo (II)

La gente duerme en cualquier parte. Se suben al tren y, si consiguen sentarse, bajan la cabeza, arrimando el mentón a su pecho y cierran los ojos para dormir hasta la estación donde han de bajarse. Otros consiguen dormir parados: generalmente hay tanta gente que se sostienen mutuamente unos a otros.

Algunos se duermen en los restaurantes. Mientras el mozo les trae el aperitivo, algunos aprovechan para pegarse una siestita. Lo más llamativo es la naturalidad con que suceden estas cosas. El mozo no despierta al cliente hasta que termina de servirlo y en algunos casos, siguen durmiendo sentados después de haber pagado la cuenta.

Volviendo al tren, si sacáramos a los que duermen, quedarían los que se enfrascan en algún juego para el celular, un libro o un cómic. Es muy raro encontrar gente conversando y las llamadas telefónicas están prohibidas. Es una soledad muy rara.

Las minas se visten como para la guerra. Usan botas hasta la rodilla con taco aguja y minifaldas. Algunas completan el atuendo con simpáticas medias de red. Muchas mujeres mayores andan de kimono.

Esta vez estoy feliz. Mucho mejor que la última vez que mandé Fotos de Tokyo.

miércoles, 15 de noviembre de 2006

Comida Japonesa

Comer en Japón es una aventura llena de misterio. Por un lado, la carta rara vez está escrita en inglés y, por otro lado, la mayoría de los ingredientes nos resultan desconocidos. Generalmente, pedimos al azar o según los dibujos que aparecen en el menú. A veces, las fotitos engañan y uno termina comiendo otra cosa. Por ejemplo, hace unos días pedí lo que parecía un sandwich de panceta (el inconsciente a full, algún psicológo en la sala?) y al final resultó ser un cacho de cebolla frita entre dos torrejas de arroz.

Desde el momento en que uno entra al local elegido, recibe un saludo en un idioma incomprensible. Con el tiempo, hemos decidido creer que se trata de una cordial bienvenida en japonés. También sospechamos que nos preguntan cuántos vamos a cenar porque con los dedos nos señalan a ambos. Luego de recorrer varios locales que tienen la misma práctica, uno puede asumir que es una costumbre generalizada y de ahí en más acertar a levantar un par de dedos cuando atraviesa la puerta de entrada. Pronto, uno empieza a comprender las limitaciones de la estadística.

Días atrás, después de indicar que éramos dos, la señorita de la puerta nos preguntó algo más (naturalmente, en japonés). Después de intentar inútilmente sostener una conversación en inglés, recurrí a mi imaginación y pensé que intentaba decirme que no había mesas disponibles. Decidimos retirarnos con cierta frustración del local, pero la muchacha nos seguía hablando. No sé cómo, un chispazo me llevó a deducir que nos decía que no había mesas occidentales sino de estilo japonés donde uno come en el suelo. Naturalmente, mi suposición fue confirmada cuando me arrodillé frente a ella e hice un ademán con las manos y movió su cabeza afirmativamente.

El restaurant era chino y también el idioma del menú. Pedimos el plato cuyo precio coincidía con la foto que habíamos visto en la vidriera. Comimos muy bien y al terminar, sólo quedaba una mesa de dos metros de diámetro llena de platos vacíos. Debo reconocer que fue una de las mejores cenas de mi vida. Les dejo el link por si alguna vez pueden venir.

Algunos chefs tienen por costumbre preparar platos que nos predisponen a recibir un cierto sabor, pero luego nos encontramos con algo totalmente distinto. Muchas veces en la vida, uno siente que está cenando en Japón y se encuentra con sabores que no sabe si son desagradables o inesperados.